Mi primer Chávez
La verdad es que era un
imberbe; éramos dos, de hecho. Cabezas hirvientes en medio de un aula
pequeñoburguesa. Sin más ideales que ideas confusas, sueños de cambio y las charlas
del profesor José. Fue algo curioso porque bajamos, sí, los únicos. El pana y
yo: El flaco y el calvo.
Caminamos la solitaria
avenida cuando se asomaba la noche y -como detalle- una puta vieja, modelo de
la Venus de Willendorf, nos ofreció sus servicios. Llegamos al
viejo teatro, un cine que tuvo algún momento de gloria allende décadas para
recibir a ese hombre que nos generaba entre admiración y curiosidad. Es 1996,
creo.
Llevábamos aún
nuestro uniforme: la camisa color beige, los zapatos y el pantalón de vestir.
Tendríamos a lo sumo 17 años y estábamos entre miles de años, canas, ojos
brillantes, camisas y boinas rojas. Franelas desvencijadas, gallitos y banderas
coloradas que se agitaban.
No recuerdo
quiénes estaban allí en el escenario, tampoco quiénes hablaban. ¿Por qué lo
hacían, cómo lo hacían, qué dijeron?. Ha pasado mucho tiempo. Pero sí vienen a
mi mente las arengas: vivas a Cuba, a lo rebeldes, a las grandes luchas. Hasta encontramos
eco en un grito solidario a nuestro: ¡Viva Vietnam!, con canciones de Alí
Primera al coro de "Ho Chi Mihn, el hombre que sembró de esperanzas el vientre de Vietnam".
Así fue la
espera, así fue el momento. Cantamos, aplaudimos y gritamos por los pueblos del
mundo.
Llegó él, sí,
no llevaba la boina, vestía casual. No lo dejaban llegar al escenario.
Estábamos lejos y atinamos a verlo apenas. Aplaudimos con más fuerza y le dimos
la bienvenida. Así fue y así volvimos a nuestras casas.
Vendría toda
una época de luchas, de comprensiones, de caminos que se toman, de senderos que
se distancian. Nunca dejamos de abrazarnos incluso en momentos de
sensibilidades.
El 11 de
agosto de 2012 fue la última vez que le vi. Pasó en ese camión, sudoroso,
emocionado. Entre la muchedumbre alzó a una nena desesperada a la que abrazó
cual padre, recibió cartas, besos, clamores, amores en una avenida donde una
puta alguna vez nos dijo “a la orden” y esa tarde no cabía un alma más.
La vida, la
causalidad, la misma ciudad natal que había dejado antes, me tenía de vuelta por
un par de días –y por mero destino- frente a un gigante que hacía 16 años apenas había colmado un
pequeño teatro en el que estaban dos muchachos que hoy hacen patria por caminos
distintos y lamentan –a su modo cada quien- la partida de ese ese hombre que sembró de esperanzas el vientre de Venezuela.