En ese pequeño universo entre el
Teatro Nacional y la Catedral de Santa Teresa, casa del Nazareno de
San Pablo, en esta Caracas de mareas altas y bajas, el sol amaneció
más brillante que nunca. La lluviosa noche quedó atrás dejando su
estela de pequeños charcos y algún resto de lodo que corrió por la
acera. Alí Primera mira sonriente, serio, alegre, molesto, desde el
lugar que otrora ocupara orgulloso, en ademán parlamentario, el
pedestre gringo Henry Clay.
Era de mañana y -como es costumbre- a
esa hora ya resonaban en las cornetas los versos del Cantor del
Pueblo; el eco de sus tonadas cobró una fuerza tremenda ante el
triste descanso una diminuta y maltrecha figura sobre las bancas de
la plaza.
Ante la indiferencia de un anciano que
leía un periódico tan arrugado como él y una mujer que miraba a
los lados en espera del eterno nosequé, yacía agotada -por quién
sabe qué aventura o desventura- la putica de la Plaza, una de tantas
y tantos que venden su sexo para alimentar su muchacho, cargar el
peso de su vicio o sobrevivir sirviendo a los placeres de una
sociedad mojigata que se asquea de sí misma. Una triste escena con
Alí de fondo.
Trato de hacer memoria y no recuerdo
que el cantor de Ruperto le haya dedicado muchos versos a las putas,
a su sufrimiento, a su condición de víctimas expoliadas,
devaluadas en el mercado de lo más sublime de su escasa humanidad.
Tal vez hubo algo en su Canción Panfletaria, en la que la mujer
trabajadora, abandonada, parida, se casa con sus manos “para no
vender su sexo y crecerá su muchacho”. Aquí no cabe
poesía.
Quisiera encomendarle a aquel
muchachito que en su Canción Bolivariana lograra hablarle a Alí,
que le diga entre alegrías y tristezas que al gringo Henry Clay ya
le quitaron de la placita vía decreto, hasta se olvidaron de su
nombre. Que allí ahora está su busto, al que se puede visitar sin
camisa o con camisa, que sus canciones son a veces solo un hilo
musical, pero a muchos nos recuerda que hay mucho por hacer, que
siempre habrán razones para la Revolución.
Mientras, un travesti con arrugas que
denuncian años y dolores, se negocia a cambio de droga barata y
regresa para despertar a esa putica a la que nunca le cantaste, para
llevarla a no sé dónde, a fumar un poco de olvido que le queda.
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