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Monday, March 11, 2013

MiPrimerChavez


Mi primer Chávez 
La verdad es que era un imberbe; éramos dos, de hecho. Cabezas hirvientes en medio de un aula pequeñoburguesa. Sin más ideales que ideas confusas, sueños de cambio y las charlas del profesor José. Fue algo curioso porque bajamos, sí, los únicos. El pana y yo: El flaco y el calvo.
Caminamos la solitaria avenida cuando se asomaba la noche y -como detalle- una puta vieja, modelo de la Venus de Willendorf, nos ofreció sus servicios. Llegamos al viejo teatro, un cine que tuvo algún momento de gloria allende décadas para recibir a ese hombre que nos generaba entre admiración y curiosidad. Es 1996, creo.
Llevábamos aún nuestro uniforme: la camisa color beige, los zapatos y el pantalón de vestir. Tendríamos a lo sumo 17 años y estábamos entre miles de años, canas, ojos brillantes, camisas y boinas rojas. Franelas desvencijadas, gallitos y banderas coloradas que se agitaban.
No recuerdo quiénes estaban allí en el escenario, tampoco quiénes hablaban. ¿Por qué lo hacían, cómo lo hacían, qué dijeron?. Ha pasado mucho tiempo. Pero sí vienen a mi mente las arengas: vivas a Cuba, a lo rebeldes, a las grandes luchas. Hasta encontramos eco en un grito solidario a nuestro: ¡Viva Vietnam!, con canciones de Alí Primera al coro de "Ho Chi Mihn, el hombre que sembró de esperanzas el vientre de Vietnam".
Así fue la espera, así fue el momento. Cantamos, aplaudimos y gritamos por los pueblos del mundo.
Llegó él, sí, no llevaba la boina, vestía casual. No lo dejaban llegar al escenario. Estábamos lejos y atinamos a verlo apenas. Aplaudimos con más fuerza y le dimos la bienvenida. Así fue y así volvimos a nuestras casas.
Vendría toda una época de luchas, de comprensiones, de caminos que se toman, de senderos que se distancian. Nunca dejamos de abrazarnos incluso en momentos de sensibilidades.
El 11 de agosto de 2012 fue la última vez que le vi. Pasó en ese camión, sudoroso, emocionado. Entre la muchedumbre alzó a una nena desesperada a la que abrazó cual padre, recibió cartas, besos, clamores, amores en una avenida donde una puta alguna vez nos dijo “a la orden” y esa tarde no cabía un alma más.
La vida, la causalidad, la misma ciudad natal que había dejado antes, me tenía de vuelta por un par de días –y por mero destino- frente a un gigante que  hacía 16 años apenas había colmado un pequeño teatro en el que estaban dos muchachos que hoy hacen patria por caminos distintos y lamentan –a su modo cada quien- la partida de ese ese hombre que sembró de esperanzas el vientre de Venezuela.

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