Una historia: el chocolate
Trémulo, inseguro, temeroso, sí. Manos sudorosas. Ansioso y cauto, natural en
mí. Encantando, no me lo creía. Un vaso, un sofá, una ventana amplia: la luz y
los detalles del azul y el blanco. Una historia: el chocolate.
Lo que hasta el momento sólo eran letras, una fotografía:
ahora es voz, es un rostro -me diría después-. Es una mirada, son miradas: es
una conversación amena, sus frases inteligentes. Es perfecta. La escuchaba, la
veía, ¿qué me pasa? ¿Es ella?
Bañados por un sol inclemente, bajo el influjo de octubre, atiné a
decirle hola. Rompimos el hielo con sus relajadas maneras: tan segura, tan
firme, tan contundente. Teníamos un plan y traspusimos los adoquines mientras
las frases iban y venían. No recuerdo silencios incómodos. Sonreía y miraba de reojo. Yo la miraba. Hermosa. Elegante dama.
Allí estábamos, en esa casona de añejos amores, en ese antaño remozado. Cruzados por la luces de la tarde caraqueña.
¿Qué tan cerca estábamos? Lo suficiente como para olvidarme del tiempo. Lo suficiente como para saber –no sé cómo, tal vez sí- que no sería el último vaso de chocolate: no lo fue, no lo es.
¿Qué tan cerca estábamos? Lo suficiente como para olvidarme del tiempo. Lo suficiente como para saber –no sé cómo, tal vez sí- que no sería el último vaso de chocolate: no lo fue, no lo es.
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