Dos piezas, un juego de palabras. Un ejercicio de redacción para reconciliarme con la malquerida prosa.
Bruma
A tientas, en medio de la bruma. Sus fantasmas lo asaltan: se ve
entonces en un mar de reflejos que lo encandilan, lo ciegan, lo aturden.
Ve en sí a un ser lleno de miedos, abrumado por sus propios complejos.
Atiborrado de prejuicios malditos y cansado de todo. ¡Tan igual!.
Militante de su propio orgullo y conforme con sus desencantos.
Príncipe de su reino y represor de sus propias libertades. Quimérico
amo y señor de sus dominios. Filibustero en sus más íntimas charlas.
Delator de su decadencia y acusador en su juicio. Artífice de su única
condena. Ejecutor de sí mismo.
Allí, en la Neblina: frío seco que se apodera de sus
carnes, penetra los huesos y lo hace un manojo de temblores. Cae de
bruces, no respira, no parpadea; su saliva, baba espesa, hace un hilo
desde la boca hasta el suelo. Permanece allí: Inerme. Anhela el delirio.
De las casualidades
No soy de los que
rebuscan dichas. Estoy -más bien- acostumbrado al tono ocre de la
melancolía. Recibo cada palmada en el hombro como un descaro de la
rutina. Me río con desgano -displicente- de los premios, los
reconocimientos y los elogios.
Prefiero que todo siga así: sin
glorias, sin cantos, sin banderas blandiéndose ante la grandeza del sol
invicto. Todo me resulta parte de lo mismo: de una historia, de las
historias; el ritornelo infame al que hubiese preferido no haber sido
invitado.
¿Saben?, estoy harto…de las casualidades.
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