El Caracazo
(Los que que quieren volver, los que no aprenden)
(Una de las escenas que -de acuerdo con Diosdado Cabello- impactó más a los militares revolucionarios, fue ésta: La del chico muerto junto a una lata de margarina. Eso costaba la vida de un venezolano).
Hace 23 años, los que hoy pretenden volver tuvieron una peculiar
ocurrencia: hacerle caso al Fondo Monetario Internacional, a los poderosos de
siempre, y apostar al neoliberalismo,
porque eso de gobernar para el pueblo y por el pueblo hace rato había
pasado de moda.
Los ricos no se sentían tan ricos, las cuentas no cuadraban y había
que tomar medidas al respecto. Claro, los sacrificados serían otros, ¿Quién
más? Los mismos de siempre, sí, el pueblo, los pobres, esos que tenían más de
treinta años comiéndose el cuento de una vigorosa Democracia.
Vino el Plan de ajuste, eufemismo nomás. Los que hoy pretenden
volver se sentaron a ver como esa gente sumisa se calaría los precios altos, la
dieta a base de Perrarina, el acaparamiento a la orden del día, los créditos
carísimos y -para colmo- el aumento del pasaje amén de la gasolina cara; pero -craso
error- no fue así: Ese pueblo NO SE LA CALÓ.
La coronación del Capo dos semanas antes sería un vago recuerdo. El
apoyo electoral de diciembre se esfumó o – como todos sabemos- resultó ser no
otra cosa más que una farsa.
Estalló la Revolución. Sí, la gente tomó las calles de Guarenas,
tomó las calles de la Guaira, de Valencia, de Caracas... Los barrios bajaron y
bulleron las masas. Toda la energía, toda esa frustración contenida durante más
de tres décadas explotó. Era incontrolable: Era sencillamente el Poder popular;
era El Guarenazo, era El Guairazo, definitivamente El Caracazo.
Muchos, solamente saqueaban: los abrumaba el hambre y les hartaba
eso de comer pellejos por tradición. Claro, no había nada organizado, no habían
un plan de toma del poder. A lo sumo, algunos pensaron en provocar sólo el
repliegue de las medidas salvajes del Gobierno de CAP. Pero sin duda hicieron
temblar al modelo. Una prueba del poder Constituyente se estaba viviendo.
Los que hoy quieren volver, el Gobierno de entonces, el
sistema, ¡incapaz!, devenido desde
hace mucho en títere del poder imperial, sólo atina a repetir la fórmula
represiva que lo había mantenido allí portanto tiempo.
El ejército es enviado a las calles, la policía igual: la idea es
reprimir – o matar- a los facinerosos, a ese 'lumpen monstruoso' que reclamaba lo
suyo.
El 27 de febrero de
1989 pasa de ser un acto de justicia popular a una dantesca escena en la que se
impone el terror, donde los fusiles atravesaron almas más que cuerpos
macilentos, y dejaban a su paso carnes morenas al borde de un abasto donde el
acaparador también se proclamó -ad honorem y de facto- defensor de la sagrada
propiedad privada; ésa que la divina providencia del robo y el ocultamiento de
comida, le habían otorgado desde el Olimpo de la miseria humana.
Las víctimas se cuentan por miles, los camiones –inprovisadamente funerarios-
circulan con cuerpos amontonados en su tolva, los terrenos baldíos no se expropian
para casas, sino para fosas comunes. La imagen espanta, la impotencia llega a
los huesos y queda tatuado en el alma del pueblo en armas que no se explica cómo
demonios tuvieron que hacer fuego contra su propio pueblo; siendo así -y para
indulgencia de la oligarquía- merecedores de la reveladora maldición
bolivariana.
La llamarada de cuatro días termina cuando se sofoca a fuerza de balas. El horror de esas masas nos recuerdan no otra cosa
más que a los irredentos zamoranos, abatidos y vencidos, pero definitivamente despiertos y
victoriosos.
A la postre, el sacrificio no sería en vano. La lección queda en la
historia, mas no en los réditos de los que pretenden volver. En ellos gobierna
la negación. No enmiendan, no entienden lo que pasó y el pueblo en armas
también se rebela. Tambalean, pero no caen.
Tampoco entendieron y siguen dándole la espalda a la gente. En la
crisis bancaria apoyan a los banqueros, sí, a los ricos, a ellos mismos ¿A quién más?. No aprenden.
Luego, cuando la patria demandaba auténticos cambios, no tuvieron mejor idea
que apostar por las medidas detonantes del '89 y llamarlas Agenda Venezuela.
Las consecuencias fueron obvias: miseria, hambre, destrucción de la patria. Se
reeditan las condiciones previas al Caracazo, pero en esa Venezuela ya avanzaba
la esperanza contra los que hoy quieren volver, los que nunca aprenden. Una boina recorre las polvaredas. El
resto es historia y la estamos
haciendo. Para ello vivimos, viviremos y -por supuesto- Venceremos.
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