Mecha
Al
momento de encerderla un fuerte temblor lo asalta. "¡Detente!,
respira", se dice. El pequeño fusible se ahoga entre sus manos, quema su
pulgar. Abrupto, lo arroja al suelo, el humo sale de ese gris carbón
que flota en ese triste charco.
Día lluvioso. "¡Vaya
mañana, qué frío!", exclama hacia sus adentros. Está solo y entumecido,
se asoma, mira más allá del árbol adonde habrá de llegarlo
con todas sus fuerzas. "Aún no vienen por suerte, todavía hay tiempo.
¿Quién me invitó a esto?", se pregunta. Vuelve a asomarse, levanta su
manga ligeramente, mira su reloj. "Se han tomado su tiempo, seguro
tardarán un poco más", piensa. El preciado tiempo.
La protege, la idea es que no se moje. No serviría de mucho. Tan sencilla y tan poderosa, tan letal.
Ya no tiembla. Extiende y encoge una y otra vezlos dedos de sus manos. Las frota contra sus pantalones. Toma la cajetilla, la abre
con cuidado. "Sólo quedan dos, ¡Qué torpe he sido!, ¡Qué descuido!"- se
reprocha-, "Se supone que soy algo así como, no sé. Aún no sé porqué no
compraron uno de esos automáticos. Algo simple, nada costoso. ¿Qué hago
yo aquí?". Estornuda. "¡Lo que faltaba!". Ha saltado uno y cae sobre el
agua turbia que hace un espejo al borde del viejo camino de tierra.
"Queda uno, ¡qué ironia!", habla solo.
Toma el que queda, lo
acaricia, ahora es su tesoro. Lo huele. Antes era un espanto hacerlo, le asqueaba,
ahora es una delicia. Lo pone de nuevo en la cajetilla, la cierra y
escucha venir las voces.
"Ahí están, por fin". Vuelve el temblor,
sudan sus manos, siente gotas que bajan pos sus mejillas. Le invade la
duda. Se oculta con mayor cuidado. Está seguro, no lo han visto. Tomó la
decisión hace días, pero hoy lo aborda ese sentimiento de inseguridad
de siempre. Son pocos minutos, puede arrepentirse. Puede decir cualquier
cosa. "Se cayeron todos. No tuve con qué hacerlo.
¿Quién iba a saberlo?, además tomé la primera que vi, Estaba más atento a
lo otro". Están más cerca, lo sabe. "¿Y si no lo hago?, ¿Si me creen?,
¿Qué pasará?, Ésta no es la última oportunidad. ¿O sí lo es?, pero,
¿Quién más podría hacerlo?. Nadie se ofreció. Sólo yo, y sí, lo dudé
mucho. Justo como ahora, sólo que ahora estoy ante la verdad. Es de
verdad. Es diferente, es más difícil", es un sermón propio.
Veinte
metros, diecinueve, diesciocho, diecisiete. cieciseis. Quiere verlos,
tal vez al ver su rostro se anime, se llene del coraje, de ése único que
da la rabia, la furia, esos viejos odios. Espera que el rencor se
imponga sobre ese miedo, esa angustia. Lo incierto.
Diez metros,
nueve, ocho, siete. "Están muy cerca. Demasiado, ya no puedo verlos".
Ahí estaba, entre los matorrales, no lo vieron. "Por suerte no huelen mi
cobardia". Por suerte no huelen la pólvora.
Día lluvioso. "¡Vaya mañana, qué frío!", exclama hacia sus adentros. Está solo y entumecido, se asoma, mira más allá del árbol adonde habrá de llegarlo con todas sus fuerzas. "Aún no vienen por suerte, todavía hay tiempo. ¿Quién me invitó a esto?", se pregunta. Vuelve a asomarse, levanta su manga ligeramente, mira su reloj. "Se han tomado su tiempo, seguro tardarán un poco más", piensa. El preciado tiempo.
La protege, la idea es que no se moje. No serviría de mucho. Tan sencilla y tan poderosa, tan letal.
Ya no tiembla. Extiende y encoge una y otra vezlos dedos de sus manos. Las frota contra sus pantalones. Toma la cajetilla, la abre con cuidado. "Sólo quedan dos, ¡Qué torpe he sido!, ¡Qué descuido!"- se reprocha-, "Se supone que soy algo así como, no sé. Aún no sé porqué no compraron uno de esos automáticos. Algo simple, nada costoso. ¿Qué hago yo aquí?". Estornuda. "¡Lo que faltaba!". Ha saltado uno y cae sobre el agua turbia que hace un espejo al borde del viejo camino de tierra. "Queda uno, ¡qué ironia!", habla solo.
Toma el que queda, lo acaricia, ahora es su tesoro. Lo huele. Antes era un espanto hacerlo, le asqueaba, ahora es una delicia. Lo pone de nuevo en la cajetilla, la cierra y escucha venir las voces.
"Ahí están, por fin". Vuelve el temblor, sudan sus manos, siente gotas que bajan pos sus mejillas. Le invade la duda. Se oculta con mayor cuidado. Está seguro, no lo han visto. Tomó la decisión hace días, pero hoy lo aborda ese sentimiento de inseguridad de siempre. Son pocos minutos, puede arrepentirse. Puede decir cualquier cosa. "Se cayeron todos. No tuve con qué hacerlo. ¿Quién iba a saberlo?, además tomé la primera que vi, Estaba más atento a lo otro". Están más cerca, lo sabe. "¿Y si no lo hago?, ¿Si me creen?, ¿Qué pasará?, Ésta no es la última oportunidad. ¿O sí lo es?, pero, ¿Quién más podría hacerlo?. Nadie se ofreció. Sólo yo, y sí, lo dudé mucho. Justo como ahora, sólo que ahora estoy ante la verdad. Es de verdad. Es diferente, es más difícil", es un sermón propio.
Veinte metros, diecinueve, diesciocho, diecisiete. cieciseis. Quiere verlos, tal vez al ver su rostro se anime, se llene del coraje, de ése único que da la rabia, la furia, esos viejos odios. Espera que el rencor se imponga sobre ese miedo, esa angustia. Lo incierto.
Diez metros, nueve, ocho, siete. "Están muy cerca. Demasiado, ya no puedo verlos". Ahí estaba, entre los matorrales, no lo vieron. "Por suerte no huelen mi cobardia". Por suerte no huelen la pólvora.
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