Sergio Duque

Aguinaldos fraccionados, inflación y psicología de masas

No pretendo hacer una apología persé o automática, no es mi estilo. Pero a veces es mejor llamar a la sindéresis y ser cauteloso cuando lo que el país necesita es prudencia a la hora de definir su destino, especialmente en lo relativo al ámbito económico.

El decreto del Presidente Chávez sobre el pago fraccionado en tres partes de los aguinaldos causó ruido en muchos, y no es para menos, pues las personas prefieren pagar sus deudas a tiempo previendo que los intereses podrían mellar en medida superlativa el dinero devengado, y ese pago en cuotas no ayuda mucho. Me atrevo a decir que tal vez el salario no puede valer lo mismo tras 15 días, menos -y mucho menos- luego de un mes, sobretodo cuando tienes gastos planificados sobre la base de esta arista tan añorada en el último trimestre del año.

Pero, ¿Por qué el Gobierno toma esta decisión?, ¿Por qué Jorge Giordani desde la cartera de Planificación y Finanzas plantea esta decisión? Alguna razón debe haber, y seguramente habrá su oportuna explicación cuando el “descontento” llegue a oídos de quienes toman decisiones.

Pero mientras, me atrevo a decir que hay en esta alternativa una búsqueda (siempre hay fórmulas) del control del posible impacto inflacionario de 15 millardos de BsF que se incorporarán a la inmensa masa monetaria que circula en el país y que ya en octubre generó un 1,5% de incremento del IPC, el cual alcanzó casi 24 puntos en el acumulado anual de 2010.

El principio del que parten, de acuerdo con mi humilde opinión, se basa en que el volumen de dinero en manos de la persona crea en ellas un efecto psicológico (una impresión o percepción) de abundancia que induce incluso gastos superfluos que son considerados de momento como pequeñeces.

Fraccionar el pago del dinero de las utilidades induce quizá a que el asalariado se forme un criterio de "No tengo taaaaanto dinero en este momento, así que no gasto en esta estupidez". ¿En qué sustento esto? En que a pesar de no tener deudas, mucha gente ya lo manifiesta cuando hace sentir su disconformidad.

Lo llamaría –y no pretendo teorizar con algo tan elemental- el “principio del frenesí cuando hay tiempo de vacas gordas o de bonanza”. La gente, como las sociedades y las naciones, experimenta una sensación de riqueza inagotable cuando tienen en sus manos una gran fuente de dinero y recursos, cuando esto de verdad, en su esencia, de verdad no es así de verdad no es así.

No pretendo decir que es la gran solución para enfrentar la inflación, pues el efecto de tan importante suma que fluirá en el ámbito del circulante será inexorable. Por ello, aunque el Presidente llamó a ahorrar, a invertir en lugar de incurrir en gastos superfluos, pese a que tenga mucha razón, es importante que considere que una política de bienestar no pasa por arrojar grandes sumas de dinero a través de estructuras institucionales y complementarias, pasa por organizar la estructura del Estado.

Así pues, se debe hacer del Estado un sistema eficiente mediante la inversión de capital productivo, de modo que la demanda sea saciada por un aparato de producción interno vigoroso y creciente, para que en consecuencia, la inflación de dos dígitos pase a ser cosa del pasado. Podemos tomar prestado hoy lo que Cuba tardó años en aprender del cuidado que se debe tener cuando se apuesta por la economía del control y equilibrio planificado.