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Friday, June 08, 2012

De Miedos y Hasta luegos


De miedos y hasta luegos

“No podemos optar entre vencer o morir, necesario es vencer”, una fuerte arenga de José Félix Ribas, quien alzaba los ánimos de aquellos muchachos, hijos del mantuanaje (y uno que otro pichón de curita) que se enfrentaban a lo que la historiografía de lo "políticamente correcto" tildó como las huestes de Boves.
Vencieron, sí. Pero la muerte –que no fue opción en aquella gloriosa fecha de febrero de 1814- se convirtió en una realidad apenas unos días después cuando ya no había fuerza ni capacidad de enfrentar el empuje de un líder salido si no del infierno, de las entrañas de la patria misma. No podían, así, optar entre vencer o morir sino entre morir o vencer. Murieron.
La muerte siempre será una opción, una realidad que está allí: acechante, real y tangible. ¿Debemos temerle? Seguro, ¿a quién -en esta cultura judeo-cristiana- le agrada la idea de desaparecer, de dejar de sentir, de disfrutar, de amar -en fin- de vivir?. ¿Debemos verla como un terrible fatum al que nos condena nuestra propia naturaleza? Tal vez sí, tal vez no. Todo depende de nuestra actitud ante la muerte; algo que sólo sabremos si tenemos clara cuál es nuestra actitud ante la vida. Eso queda de usted.
Siempre, más allá de mi propio credo y sus dogmas, he considerado que la muerte es el final, incluso para los más fanáticos creyentes de la resurrección y la reencarnación –que no son más que desesperados esfuerzos de la fe-; claro, eso sí con la salvedad de ciertos ámbitos, como la política, donde morir simplemente puede ser un hasta luego.
Como realidad política que hemos construido y seguimos construyendo, la Revolución de este Siglo y sus liderazgos no escapan de  las glorias y las miserias de la humanidad; mucho menos de sus dichas y sus desgracias. Por ello, no podemos cegarnos con arengas que –en un esfuerzo desesperado de decreto metafísico- pretenden negar lo inexorable con deseos e idealismos. Antes que todo, somos humanidad y en ella radica lo que nos define.
Pensar la naturaleza del hombre, tras navegar en mares infinitos de corrientes tomistas, liberales, marxistas, conservadoras, aún se halla en ese lecho indescifrable de laberintos donde se imponen pasiones y razones en dualidades con polaridades confrontadas entre lo hormonal, las vísceras y lo pragmático-administrativo. Lo innegable es que podemos ser nuestros propios lobos dominados por esa misma esencia de bondad descrita por el enciclopedista.
Eso somos, y de ello no excluyo a nadie. El momento de la verdad está lleno de -precisamente- verdades y de lacerantes heridas. Y ese momento muy probablemente no será hoy, ni el inminente mañana, pero debemos estar claros de la finitud de nosotros y de lo que creamos ¿A qué debemos temer? A nosotros mismos, así como el imperio debe temblar ante su propio espejo.
No hablo de traicionarnos, mucho menos de traidores, ni de la quimérica victoria del adversario, sino del inexorable fin que llegará tarde o temprano de manos de la entropía: del caos que nacerá de nuestras propias entrañas y no tendrá nombres, mucho menos apellidos. Sólo sucederá y –con ello- surgirán nuevos tiempos donde se superarán modelos, no sé si para bien o para mal. La historia será la única juez y en ella radicará su único veredicto. Estar en ella nos reivindica, nos lleva allende la trascendencia de lo que vivimos, de eso en lo cual creemos: el eterno hasta luego.

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