4F: No pasaba nada
(Cuando pasaba tanto, no pasó nada, pero pasó tanto).
San Cristóbal, 4 de febrero de 1992. Apenas empezaba la adolescencia, de los que mientan un púber. Había escuchado del socialismo en las canciones de Alí Primera en los discos de un tío. Flora y Seferino me conmovían y echaba a llorar con la historia de Ruperto, al que se le murió su muchacho, por culpa del capitalismo: El causante de los males que está sufriendo mi pueblo. Mi pueblo. Mi pueblo: Yo era pueblo...
Pero a esa edad sabía que la palabra pueblo era un lugar común: eso sí lo tenía claro. Ya de niño había visto como nos quitaron primero un chequecito que daba el Gobierno a los niños del pueblo para que fuéramos a la escuela (el mío se cobraba en el "Banco La Guaira", ¿El tuyo?) , luego dejaron de entregarnos el uniforme que nos daban (Esos zapatos con plantilla de cartón) y cuando salí de sexto ya ni el cartón de leche ("El vasito de leche escolar") llegaba a la escuela. Algo pasaba, porque nos estábamos quedando sin nada. Pero, caramba, no pasaba nada.
Aquella mañana, me levanté me puse mi único pantalón azul de gabardina, mi camisita azul –también única recién estrenada- y me fui pa´l colegio privado. No pude entrar al liceo, nunca lo olvidaré, porque curiosamente ya los cupos en los liceos públicos estaban repartidos cuando mi mamá tocó puertas. Viví la angustia d una mensualidad que varias veces pagué con atraso, esa zozobra maldita de que algún día –como a otros- no me dejarían entrar. “Es que los curas son muy buenos, de otros colegios te sacan con dos mensualidades atrasadas”, decían.
Para ir al colegio debía tomar una camionetita que tardaba más de una hora en llegar, lo cierto es que el liceo no me habría quedado tan cerca. Me extrañó que tardase tanto, que las calles estuvieran solas y que en la radio había un silencio inusual interrumpido por anuncios, por temas que se me hacían extraños. No pasaba nada.
Llego al colegio y no nada pasa. La avenida que le pasa a un lado me asombra por lo poco transitada, me acerco a la puerta y el bedel, ese abnegado y siempre taciturno limpiador, me dice: - No hay clases. -¿Por qué?, -No sé, algo pasa con el Gobierno. -¿Pero qué?. –Un Golpe de Estado, no se sabe. –Ah, bueno, entonces me voy. (Sonreí sin saber porqué, pero estaba feliz porque no pasaba nada).
Sabía entonces qué era un pobre (sabía que era pobre). Sabía que el capitalismo era el malo del cuento, pero no sabía que era un "golpe de Estado" y –en fin- de nuevo a la marcha, me tomaría otra hora de vuelta al hogar.
Ya en casa, dormiría un poquito más y algo me inventaría. Sin embargo, -caramba- llego a casa e informo: “no hay clase, pasa no sé qué”. Todos estaban frente a la radio tratando de entender lo que pasaba. Me confirmaron lo que de hecho me había dicho el hombre del coleto. “-Hay un golpe de Estado, papá. -Ah, bueno, voy a dormir. –Pero se quita el uniforme (La tercera persona es porque soy gocho), mi mamá responde con tono regañón. –Sí, bueno”.
Me levantan al rato: hay que comprar azúcar, “La bodeguita de frente no abrió. Vaya y compre donde Don Polo, ése nunca cierra”. Son cinco cuadras desde la casa. En eso llego a la bodega, no nada pasa. Las calles siguen vacías por el “Golpe de Estado”, no pasa nada. Efectivamente, Don Polo mantiene abierto. No tendría que ir más lejos.
Espero frente al mostrador, y todos miran a un televisor de perilla. Ahí está la imagen: el hombre que aparece rodeado de otros, un montón de micrófonos. No logro escuchar qué dice (Ni idea del “Por ahora”), lo cierto es que Don Polo dice: lo agarraron, mírenlo el jefe de los golpistas. Llega corriendo la esposa y hay algarabía. Eran personas mayores, seguro habían sabido de verdaderas dictaduras militares, nomás apenas hace 33 años había caído la última de ellas. Era mejor que no pasara nada.
Los militares, por más miserable que fuera la “democracia”, no eran cosa que se añorara en la bodeguita de Don Polo, donde además vendían querosén y chimó. Compré el azúcar que habría de endulzar el café y volvería a casa, para enterarme de algo no del todo nuevo para mí: del toque de queda, igualito al de dos años antes, cundo no pasó nada.
-“¿Qué es el toque de queda?.-Nada, que no puede salir. –Ah,¿por qué? –Porque se lo lleva la guardia. -Ah, bueno”. Me conformé con eso, ignoraba que el toque de queda era la suspensión de las Garantías Constitucionales, algo que ya las calles estaban vacías, más que antes. No pasaba nada. Recuerdo muy bien que los Guardias se llevaron las porterías de fútbol que teníamos en casa para jugar los domingos, cuando no pasaban carros, cuando no pasaba nada. En noviembre no pasaría nada.
1 comment:
Muchos niños y jóvenes de la Venezuela de Hoy todavía no saben nada de cuando no pasaba nada.
Tremendo artículo cámara!!!
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