Indultos y razas
Desde hace ya algún tiempo, la etnografía y la antropología dejaron de lado el concepto de razas aplicado a la especie humana. Es algo que se circunscribe a otras especies, afirman. Por lo que entonces, referir razas entre la especie humana es un acto despectivo y discriminatorio, según los entendidos.
Hablar así de razas implicaría reconocer que hay individuos mejores y peores, superiores e inferiores. Algo que sí puede permitirse entre los demás animales, pues pareciera que hay animales mejores y peores, aunque es un tema que tampoco se salvaría del debate.
Por esta razón, los doctos prefieren decir Grupos étnicos, cuando de humanos se trata. Es injusto, indigno, molesto e impropio destacar que un grupo étnico es inferior al otro, pues –de acuerdo con la gran justificación que esgrimen los versados- son sencillamente diferentes. Pero una cosa es el asunto lingüístico y sus aspiraciones de justicia en las cortinas de los eufemismos y las explicaciones rebuscadas, y otra es la realidad tangible en los hechos que nos rodean, en las acciones permanentes que –sin acudir a la agenda de las academias- mantienen el uso de expresiones que en muchos de los casos carecen de ese sentido enrevesado que en los encerrados laboratorios de la palabra se les pretende dar.
La sociedad no le ha hecho mucho caso a las máximas de los antropólogos y ya -por razón de razas o de grupos étnicos- algunos personajes se creen superiores a otros por el sencillo hecho de tener una tipología, una tez, contar con tal contextura, cierta estatura y un color de cabello. Hay que ser, en todo caso, un ingenuo militante de la inocencia para creer que en nuestra sociedad –a pesar de su diversidad étnica- ha desaparecido el tema del racismo. Es el rezago inadjetivable de un modelo de organización social impuesto en trescientos años de coloniaje y doscientos (o más) de independencia republicana.
En Venezuela es fácil verlo en la arquitectura social que describe nuestro quehacer cotidiano. ¿
Quién cree que la estructura sociológica de la colonia española impuesta en la Capitanía General de Venezuela ha desaparecido? Tal vez haya cambiado, sí; en gran parte se ha matizado y se ha adaptado al capitalismo postindustrial, pero no ha desaparecido del imaginario del venezolano. ¿O acaso sería igual al modelado en la Venezuela rural?.
No son estas líneas para recordar que el latifundio no ha desaparecido y que aún grandes extensiones de tierra permanecen en pocas manos y cientos de venezolanos viven en condiciones de sometimiento decimonónico o el más recalcitrante neoesclavismo, pero vale acotarlo para no pecar de omisión al respecto.
En Venezuela, aún se habla de razas; en Venezuela, aunque se insista en un vigoroso y permanente mestizaje, persisten expresiones que si bien muchas de ellas carecen del sentido despreciativo que alguna vez tuvieron, en muchas circunstancias esconden un rechazo al que algunos dan por llamar sencillamente: diferencia.
Penitencia a la raza
En ‘100 horas con Fidel’, el Comandante Castro le comentaba a Ignacio Ramonet, una realidad que en Cuba no había podido ser corregida ya en 2005 cuando la Revolución Cubana, profundamente revolucionaria e igualitaria, a pesar de los esfuerzos llegaba a 47 años: Las condiciones de vida de los descendientes africanos no eran mejores que los de sus pares de origen “blanco”. Describía como el ingreso al sistema de educación superior de personas afrodescendientes no tenía la misma proporción que enseñaba la realidad demográfica cubana.
Una realidad que se dibujaba a la inversa, lamentablemente, en el número de negros en las cárceles, donde proporcionalmente superaban las estadísticas de la sociedad antillana. Fidel se lamentaba y trataba de explicarse el fenómeno y lo atribuía al modelo de organización social, que la misma revolución -muy a pesar de los profundos cambios- conservaba (y conserva) de la democracia y la dictadura liberal burguesa, que a su vez había heredado del proceso de conversión del esclavismo al peonazgo, donde el negro ya no se vendía a sí (con sus cargas), sino sólo su fuerza de trabajo (que le resultaba más barato al gran señor).
El amo de antes era el patrón de ahora. Y como aquella triste frase de paredes pintadas, “todo cambió para seguir siendo igual”. Ciertamente, lo descrito por Fidel se repite en todo el Caribe con matices. En Venezuela puede verse en términos que nos resultan crueles vergonzosos.
¿De dónde vienen las chabolas, las barriadas, los arrabales, el rancherío al margen de las ciudades y centros urbanos consolidados?. Sí, la ciudad como antítesis del barrio, una forma de imponer a través del lenguaje el discurso del mejor, del más estable y del peor. ¿Qué se puede esperar de quien nace en un ambiente así?. Precisamente, eran ésas las villas de los antiguos esclavos que devinieron en hábitat donde entre el desorden y el olvido se formó una sociedad de desigualdad sustentada en principios maltusianos.
Así, desde entonces los cuerpos de seguridad y de represión de las colonias y de las repúblicas, reprodujeron el modelo de agresión que se ensañaba sobre las comunidades nacidas y formadas en ese ambiente ya de por sí hostil, además de discriminatorio. Reitero la cuestión ¿Qué se puede esperar de quien nace en un ambiente así?.
De indultos y raza
Omitiré los infames e inoportunos comentarios de los lectores de titulares que lanzan arengas alarmistas sin profundizar. De ésos incapaces de leer un párrafo del cuerpo de la noticia, de los que jamás revisan el texto –y mucho menos el contexto de una nota- y se dejan llevar por el mar de versiones de una sola línea que consiguen en el basurero de la mediocridad y la flojera.
Cuando Hugo Chávez Frías llega a la Presidencia, no puede decirse solamente que un tal Teniente Coronel, el del golpe del 92, un romántico sin más experiencia que los cuarteles, llegaba a Miraflores. Era algo más que eso, era un hombre que –como lo ha contado hasta el cansancio y el descanso- vivió de cerca la realidad de las comunidades más recónditas del llano Venezolano, conoció de primera mano y casi en carne propia las aflicciones de las olvidadas y humilladas comunidades indígenas, a las que alguien en uno de sus cuentos –según relata- les decía que no eran ni gente. A Chávez no se lo contaron.
Aún así, “Indios”, todavía les dice todavía en sus cuentos. Pero no hay nada discriminatorio –mucho menos despectivo- en la palabra. “Mi compadre el indio, mi amigo el indio, mi hermano el indio, yo soy indio”, ha dicho siempre. No en vano los copleros cantan siempre al orgullo de ser indio. Contra ese argumento no hay academia que valga.
Chávez no era un militar promedio, ese típico cadete alienado, de cerebro lavado en la casa de los sueños azules con ansias arribistas, nada de ello. Era de aquellos –que según relata sin pudor, se iba a echar un pié en los barrios y hasta se iba de “travieso” por la ruta de la Panamericana. Su pelo malo –como bien lo llama, pero del que dice luego entre risas: pelo bueno- denuncia al negro que una vez fue algún Chávez, un Frías.
Así, zambo, negro, indio, mulato, mestizo y que otras tantas herencias –además de blanco, “porque Helena es blanca”- puede ser Hugo Chávez. Lo cierto es que si algo no, ni puede, ni debe ser, es racista.
Las razas y la lucha de clases
¿Quién duda de que en la sociedad actual hay incuestionables vestigios del más recalcitrante racismo, de machismo, de la estupidez más notoria? Señoríos proclamados sobre los cadáveres de civilizaciones enteras. Robos, asaltos, asesinatos, estafas inspiradas en ése gran arrebato bíblico de Jacobo a Esaú. Unos mejores, otros peores, el primogénito. El Caín harto de que su jornada sea despreciada por un Dios ávido de carne, de sangre. ¿Qué no se esforzaba tanto ni daba lo mejor?.
Aquella fue la gran rebelión del hermano, quien no tuvo mejor idea que arremeter contra la humanidad de Abel, del predilecto. ¿Qué otra cosa haría? ¿Cómo sublevarse contra Dios, invisible, todopoderoso, contra el sistema? La rabia tiene que salir, es honda la impotencia, grande la furia. ¡Qué fácil la muerte! (Del mortal, claro, de Abel).
Y así es la historia de una humanidad: basada en los de arriba y los de abajo, los que no saben dónde están, los que pretender estar y ser. Los que aspiran, los que se resignan y los que luchan.
Si alguna vez fue innecesario contar con una tez diferente para merecer el yugo y el suplicio, hoy las condiciones no han variado. En la larga historia de la esclavitud, ser negro fue una condición de un episodio trágico y vergonzoso. En otros años, el solo hecho de nacer en tierra infértil, de no ser diestro en el manejo de armas, de no ser prolijo como las ratas, era excusa suficiente para dar el lomo para el látigo y las manos para la gloria y dicha de otros.
¿Quiénes estaban en las villas alrededor del castillo del Señor feudal? No era cuestión de piel, mucho menos de etnia. No hace tanto califas y sultanes de pieles morenas y de ébano, con ojos color noche ya gozaban de los placeres de sentirse servido con la desgracia de otros, blancos, para mayor seña.
En qué momento ser esclavo se sumó al hecho de ser negro, no lo sé. Pero puedo tener la certeza de que las teorías y reflexiones surgidas en cónclaves donde se debatía la existencia de alma en los descalzos y desnudos hombres de las llanuras del continente negro, dieron origen al derecho de “divino” del sometimiento de los hombres en nombre de lo bueno, lo noble, lo santo y lo sagrado. La Reina de Saba fue negra, lo supieron siempre y oportunamente lo negaron.
Lo que sí sabemos, es que América –que no la AbiaYala, sino la de Vespucci- nace en el imaginario de la cultura occidental heredada de los vicios de su madre Europa. El indio –ser sin Dios, cosas de la filología- es sometido, denigrado, expoliado, explotado en el principio de la jurisprudencia del derecho divino. Accidentalmente –no sé como, menos que hayan conocido el ‘almómetro’- el Fray descubrió alma en esos ‘pequeños hombrecitos de piel cobriza’. Claro, no sin antes ser testigos del gran genocidio que cínicamente llamaron “mestizaje”. Los hombrecitos a veces eran gigantes en las Crónicas de Indias.
Y así se hizo una América, un calco, una copia servil a la metrópoli. Castas, grupos sociales, unos para servir, otros para ser servidos. Unos para vivir, otros para ser vividos. El Caribe, lo desconocido, lo tórrido, el frío, el abrigo, las pasiones. ¿Razas? Se enrazan, dicen. Se pierde la cuenta. Se inventan categorías, se venden privilegios a cambio de sudores, de largas jornadas de trabajo. Son sólo títulos, farsas. Así no se derogan años de prejuicios.
Pero se dan cuenta que libres y sumisos resultan más rentables que esclavos bajo la protección del amo. Ya no es amo, por cierto, ahí está: el patrón, más cruel, despiadado y descaradamente más poderoso. Es un nuevo modelo productivo, el capitalismo ha nacido y trae sus métodos. Es diferente, pero igual.
El negro es libre, como ya lo era el pardo. El negro ya no vivirá en barracas, sobrevivirá en torno a la bonanza del Señor y su infinita pobreza, como sobrevivía el Pardo. Contra ello se había rebelado y se rebelaría, para que –como siempre- todo fuese igual.
La visión colonial se renueva y el sistema económico adapta técnicas y estrategias. Parece algo orgánico, producto del desarrollo armónico y ordenado de las cosas. Curiosamente, mucha sangre es derramada y se sigue derramando. Así se hablaba, así se hacía la paz. ¡Qué iguales las cosas!. Reitero la pregunta, ¿Qué se puede esperar de ese ambiente hostil?. Guerra, sí; pero como es cuestión de explotadores y explotadores, es Lucha de Clases.
La ciudad moderna, de las repúblicas que se siguen no hacen más que renovar el sistema de dominio, de barracas, a comunidades marginales, hoy barriadas, porque eso sí: Barrio viene de barro. Eso es lo que deja en evidencia el Presidente Chávez cuando denuncia el profundo racismo palpable en nuestro país. ¿Apología a odios raciales? En lo absoluto, sólo subraya lo que es común y cotidiano. ¿Para qué eufemismos y tecnicismos?.
“La causa de fondo que los llevó a ustedes a prisión es la injusticia social”, dijo a los indultados, yo agregaría es la injusticia de la historia, que se resiste al cambio, que –empecinada- nos prohíbe dejar de repetirla.
El indulto
Es 25 de diciembre de 2010, y como en años anteriores, el convicto, la convicta, son indultados. Son libres, ya no están tras los barrotes y las anchas paredes de hacinamiento y terror. El Presidente llama a observar la reincidencia. Lo sabe: el barrio, allí adónde volverán, pueden que las circunstancias les empuje a ser los antes. La hostilidad es la misma. No es cuestión de la acusación permanente, son las oportunidades que no se dan. Es una selva, y sólo hay una forma de sobrevivir. No es cuestión de ser bueno y predicar el evangelio como en la cárcel.
Todos lo saben, es verdad; ahora, ¿Quién les da el definitivo y contundente indulto de esa cárcel llamada sociedad?. Es una competencia del Estado, de la República, del Ejecutivo; sí, es verdad, pero también de todos. No es tan fácil como firmar un decreto.
Sin duda hay esfuerzos, tender la mano a los damnificados, a las masas indefensas, que una noche se vieron sin techo, sin paredes, sin donde resguardar sus pesadillas, mucho menos sus sueños.
Ahí vemos negritud, indígenas, blancos, esa diversidad que nos define. Venezolanos, colombianos, peruanos, bolivianos, ecuatorianos... Pareciera que el Ejército que acompañó a Bolívar en la Campaña Admirable se quedó otra vez sin dónde pasar la noche. Esa larga noche del capitalismo que aún persiste en nuestra Patria Grande.
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