El Juego de Otros
(Reflexión y palabras sueltas)
Recuerdo de niño haber visto una portada, la de un libro llamado "El Gran Conflicto". Creo que era de Los Adventistas -no recuerdo bien-, lo regalaban y de algún modo paró en mi casa, jamás lo leí, pero curiosamente, siempre tengo presente su carátula, un dibujo bien logrado, donde un Satanás sonriente y un joven jugaban al ajedrez sobre un tablero de ajedrez ante la mirada apacible de un ángel.
Aunque no lo leí, siempre me dio por reflexionar sobre ese dibujo, sobre esa idea que un artista plasmó (Creo que el joven era el típico fiel, bueno, en fin, el bien y el mal) procurando interpretar el mensaje del autor del libro (E.G. White): el conflicto de los siglos, ese rollo entre lo bueno y lo malo. El rol que nosotros desempeñábamos ahí: ser simples fichas. No sólo nosotros, sino todo el sistema que nos rodea.
Nos limitamos a ser simples monigotes en un juego que hacen otros, ser comparsa en un relato centrado en el drama de otros. De Dioses, de diablos, de quién sabe qué fuerza superior a nuestro mortal y diminuto entendimiento. Un fátum terrible al que nos resignamos porque sí. ¿Podemos resignarnos a eso? ¿Sólo tenemos que asumir una posición y que sean los demás quienes jueguen?. Surgieron otras preguntas ontológicas, pero no vienen al caso.
No fue difícil traspolar esto a una lectura de la forma en como se hacía política en Venezuela cuando yo era adolescente. ¿Tendremos que resignarnos que otros decidan por nosotros porque sí?, me pregunté. No creía justo que también en esto, algo tan terrenal -tan "mundano"- soportara ese asunto de ser solamente un simple ficha, un peón, en el peor de los casos: carne de cañón.
Nos enseñaron a entender que las cosas eran como eran y así deberían ser. La insatisfacción era el mérito del Reino de los cielos: del etéreo, abstracto e ideal paraíso. Quizá lo sigue siendo. Pero lo cierto, es que hoy veo a miles cuestionando su ser y si estar en la actual sociedad.
Sin embargo, en mi adolescencia, vivíamos en un contexto "despolitizado", narcotizado con realidades trucadas y mentiras que ocultaban bajo la alfombra miserias que sólo eran sensibles en las calles, entre los más pobres.
Había que hacerse el terco para cuestionar lo que estaba pasando. Serlo era suficiente razón para ser calificado de bicho raro, en tanto, objeto de cuestionamientos y consejos -reclamos y condenas- para entrar en el carril y dejar esas ideas revoltosas. En el peor de los casos, "podría caerse de un helicóptero en altamar".
Hoy es más fácil tener ideas diferentes, incluso te las venden para llevar en clubes patrocinados en tertulias televisivas de media mañana. Lo cierto, es que, más fácil, más difícil: seguimos en el juego que deciden otros que juegan un juego que deciden otros que juegan un juego... De eso me doy cuenta ahora.
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